Victoria CURIEL
Disfrutar del medio ambiente es una manera de alargar su vida, de alejarse de los dañinos cambios climáticos, del estrés de las ciudades, por eso cada vez más, es común aquellos que buscan un cambio en su ritmo de vida. Y, no hay una vía más adecuada que el contacto con la naturaleza, disfrutar de ríos, saltos y montañas.
Constanza es un pueblo y municipio de la provincia de La Vega en República Dominicana, y está ubicada aproximadamente a unos 1.250 msnm, y por su altura, clima, ríos y saltos, es conocida como la Suiza del Caribe. Es la ciudad más alta de la isla Española, aunque el Pico Duarte, en la cordillera central es el punto más alto de Las Antillas mayores.
Una de las atrac ciones turísticas de Constanza es el Salto de Aguas Blancas, situado a 20 kilómetros del municipio, yendo en dirección hacia Valle Nuevo y la Pirámide. Es un lugar de fuertes contrastes y belleza singular, formado por dos caídas de agua sucesivas, de un blanco que resalta, está situado en un bosque endémico de pino criollo, con más de 40 especies de aves, 13 de ellas endémicas de La Española, y gran variedad de líquenes, musgos, flores, y epífitos.
Una de las principales características del Salto de Aguas Blancas, ubicado a una altura de 1,700 metros, situado específicamente en el paraje El Convento de la Ciudad de Constanza. Posee dos cascadas de unos 83 metros, por donde circulan aguas gélidas en las que se registran temperaturas de ocho grados bajo cero. La temperatura promedio del agua es de 10 C., por lo que bañarse es para “bravos”.
El acceso al punto donde se derrama el agua fue desbrozado y abierto al público hace poco, con la construcción de una obra sencilla y efectiva: un sendero rústico, que permite al visitante escalar a pie hasta la cima en un recorrido de alrededor de 600 metros.
Es una pequeña obra de gran alcance, que facilita al visitante caminar por la senda estrecha, erigida con cuidado y respeto a la particularidad del lugar, y contemplar, desde perspectivas inéditas, ese regalo divino que acaricia y refresca los sentidos.
Desde allí, en la cima, se ve la poza que reúne el agua para lanzarla luego al vacío. Y puede mirarse el inicio de ambas caídas desde dos terrazas hechas en madera, provistas de bancos para sentarse. Es un espectáculo visual de indescriptible belleza.
En el área de visitantes se puede descansar, almorzar en un rústico restaurante de un inglés, unido con una dominicana, con una aceptable oferta para el lugar y el trayecto donde se encuentra. Tiene una oferta gastronómica limitada pero que gusta mucho al visitante, como el cerdo a la roca que se prepara bajo tierra. También, hay restaurant pequeño de comida francesa, con una vista muy hermosa del cañón del Rio Grande.