Ámbar, un coleccionista especial transformado en una joya única
Joyas… ¡a todas nos encantan! Y si tenemos la oportunidad de adquirir algo único, poco común, a buen precio, ¿quién se resiste? Pero usualmente viajamos acompañadas, y si esa compañía es un hombre, puede no estar tan interesado como nosotras en ver accesorios, por más bellos que sean, de modo que, ¿por qué no buscar un lugar que también pueda interesarle y despierte la curiosidad de ambos? Eso es lo que puedes encontrar en el Museo del Ámbar, una edificación de dos pisos construida en los años 1500 y formada por dos casas, a un paso de las Ruinas de San Francisco.
Lo primero que encuentras en cuanto entras es una joyería: cadenas con bellos colgantes, aretes, pulseras, anillos, montados en oro o plata, donde las protagonistas son el ámbar y el larimar, una piedra de color azul que sólo se encuentra en República Dominicana, por lo que se considera una “marca-país y ahí, a la entrada, guías dispuestos a acompañarte en esta visita al museo, sin tener que preocuparse por el idioma -además de español, hablan inglés y francés–. Permítales acompañarlos escaleras arriba, a una exhibición que, como ellos dicen, “les transportará a los albores de los tiempos y hará de su visita una experiencia inolvidable”.
Y es que estudiar el ámbar es entrar en la geología y en la insectología de tiempos tan lejanos como los periodos Jurásico y Cretácico, dependiendo del origen del ámbar. El ámbar dominicano es joven: ¡tiene alrededor de cuarenta millones de años! ¿Quién iba a pensar que la resina de un árbol –en nuestro caso, un familiar extinto del algarrobo– nos ayudaría tanto para ampliar nuestro conocimiento sobre un periodo de tiempo tan lejano? Pero es así, y se debe a que millones de años atrás, ese líquido pegajoso que es la resina, cayó atrapando a su paso pequeños insectos, hojas, y otras muestras de origen vegetal que se endurecieron al contacto con el aire hasta convertirse en el ámbar que conocemos hoy.
Pero volvamos al museo, donde la mayoría de las piezas pertenecen a la colección privada del ideólogo y fundador de este museo, Jorge Caridad. La primera sala que encontramos es la Internacional. Un mapa indica los países donde usted puede encontrar piezas oriundas de distintos paises. En la sala van pasando ante sus ojos mientras recorre el área, muestras de ámbar procedentes de Colombia, de México, del Báltico… y las explicaciones están en inglés y en español, así que, si va acompañado por alguien que no habla nuestro idioma, no se preocupe, el museo “es bilingüe” y ambos pueden aprender y descubrir muchas cosas.
No les voy a ofrecer un tour escrito, no pretendo dar detalles como si de una clase de ciencias se tratara, pero les diré dos de las cosas que más me impresionaron, ambas de la la Sala Dominicana. Primero, los fósiles atrapados en el interior del ámbar. ¡Hay cantidad y variedad de especies de flora y fauna pertenecientes a siglos atrás! Las termitas, hormigas, abejas y mosquitos son los más comunes, pero también aparecen libélulas, arañas, mariposas (estas son muy escasas) pequeñas mantises, escarabajos y, aún más escasos: escorpiones; también gotas de agua que quedaron eternizadas en el ámbar cristalino, hojas, flores, y en muy contadas ocasiones, incluso fragmentos de madera. ¡Ah! Y tiene dos lupas con un aumento de hasta 2000 veces el tamaño real, para poder apreciar mejor los pequeños fósiles.
Segundo, ¡los colores! Sabemos que el ámbar natural viene en distintos tamaños –el más grande del museo pesa 16 libras– y formas, pero quizá piense que esta ¿piedra? que captura la luz cuando está pulida, es siempre de una tonalidad amarilla (por algo se llama ámbar, pensará usted, porque debe ser de color ámbar) y en esto nos equivocamos, pues aunque este es el color más abundante, hay ámbar en diferentes colores y tonalidades o intensidad: miel, naranja, rojo, ¡morado! Y hay ámbar de un blanco opaco, ligeramente crema, especialmente en el Báltico; también lo hay verde y algunas piezas que parecen negro (no lo es, pero la explicación se la darán allí) y llegamos al color más raro y escaso de ámbar en el planeta: el azul. Piezas de ámbar azul, grandes y de color intenso han establecido el ámbar dominicano como único en el mundo, aunque lo puede encontrar, es proporciones microscópicas, en Japón, Austria y el Líbano”, explica Jorge Caridad, presidente del museo.
Pasando de un salón a otro, encontrará información que se remonta hasta los fenicios, que toca desde Leonardo da Vinci y Cristóbal Colón, hasta los amberos en las minas y los coleccionistas y científicos… Baje, entonces las escaleras de regreso a la joyería y verá cómo, después de haber visto el museo, las piezas adquieren una mayor dimensión, se ven con nuevos ojos. Entonces se darán cuenta de que para hacer ese bello collar, esos aretes y otras bellezas, el artesano ha debido cortar y dar forma a una pieza, pulirla, diseñar la joya en que se convertirá y hacerlo no por donde quieran, sino respetando el fósil que se encuentra dentro, en caso de que lo haya, por lo que habrá irregularidad, pero también ahí está su belleza. Por eso lo que adquiere es una pieza única.
Un rincón que me encanta
Para pasar de la tienda al museo se cruza por un patio español donde un juego de sofá y butacas de metal pintado de colores, te invita a sentarte. Tiene un bar hecho de troncos de cocotero en la esquina; es un rincón pequeño, y sus altos taburetes, también de tronco de palma, están tallados con imágenes taínas. De su techo cuelgan cocos vacíos con la apertura hacia abajo que simulan lámparas, y sonajeros hechos de bambú y de cerámica. Imagino lo agradable que será cuando hay viento fresco. En la pared cercana a la entrada lateral, una imagen de Nuestra Señora de la Altagracia, en mosaico, parece velar por nosotros.
ANIVERSARIO. El Museo del Ámbar abrió sus puertas el 5 de septiembre de 1996. Su fundador, Jorge Caridad, informó que para su próximo aniversario recibirán el nuevo microscopio que han adquirido, que amplifica 5000 veces el tamaño de los objetos, y dos lupas adicionales.
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