Por Abil Peralta Agüero*
“Señor, dadnos unos ojos de corto alcance respecto de las cosas que no valen nada, y unos ojos plenos de claridad para toda verdad tuya”. Juan Miguel Saiter.
La frescura de las edades biológicas de los poetas simbolistas franceses, en contraste con la profunda y conmovedora maestría de su poesía, sirvió de propuesta científica para que los investigadores y estetas revisaran, de una vez y por todas, este complejo fenómeno que enfrentaba el misterio de la edad creadora con la edad biológica del artista. La pintura como materia viva del acto creador no escapa a esa realidad estética, histórica y científica.
Mi reflexión teórica anterior es para referirme al singular caso del pintor dominicano Oscar Abreu, (San Juan de La Maguana, 1978), quien dio los primeros pasos de su formación artística en la Escuela de Bellas Artes de la Provincia San Juan de la Maguana, República Dominicana, bajo la conducción del profesor José Nicolás Jiménez (Salcedo, en 1945); afianzando su formación con su posterior establecimiento en España donde se nutrió de lo más sustancioso que esa gran escuela del arte universal puede ofrecerle a quienes tienen sed de ver y de saber. Después de haber vivido su experiencia española, Oscar se establece en Chicago donde realiza estudios en los programas especiales de arte en el Art Institute of Chicago, suplementándolos con su posterior ingreso a los programas de formación artística de Marwen Foundation of Chicago.
Desde esa experiencia de intensa formación académica y asimilación multipolar de los distintos universos en que se sustenta la historia del arte clásico y moderno, Oscar Abreu, ha trazado las líneas de tránsito de su carrera artística como pintor, habiendo presentado hasta la fecha 25 exposiciones individuales, tanto en República Dominicana, como en Puerto Rico, New York, Florida y en Illinois, ciudad norteamericana en la que, según su propia visión, ha ordenado el gen de su sensibilidad creadora.
Este artista, portador de una edad fresca, desafía su edad biológica produciendo, creando y exponiendo ante nosotros una pintura portadora de una vigorosa, desafiante y temprana madurez, postulada por una admirable conciencia técnica y estilística; y como parte de una conducta humilde en la que únicamente prevalece la moral de la creación, como requisito para la afirmación de una pintura digna y sabia en su producción.
La pintura de Oscar Abreu, a la que él en un subjetivo intento de asignarle una poética o sustentarle una plataforma teórica define como Psico-expresionismo, es la complejísima conjugación de acentos, notas y expresiones de muy variados instantes del arte universal, referidos en las obras de Francisco de Goya, (España, 1746 – Burdeos, Francia, 1828)… Edvard Munch, (Noruega, 1863 – Ekely,1944) y Francis Bacon, (Irlanda, 1909- España, 1992); significando las formulaciones de inserción del auto retrato interior-exterior que abordó el maestro dominicano Ramón Oviedo, (Barahona,1924) en su período correspondiente a la época roja.
El artista para la estructuración de su discurso visual elige como nomenclatura alfabética la figura humana, desarrollando a partir de su desconstrucción dibujística una pintura intensa que se materializa como una fuga de emociones, como el escudo dramático de una docena de gritos azotados y sepultados en el laberinto de una herida por la que navegan el hambre, la angustia, el amor, el sueño y también la muerte. En ocasiones sus pinturas las sentimos como una llamarada recién apagada por la pena.
Para obtener la profundidad semántica que advertimos en sus pinturas sobre lienzo o papel, el artista se apoya en una neo-figuración humana desestructurada que transita entre la máscara de la vida, con todo su drama existencial, y la máscara de la muerte asumiendo un nuevo estado de vida.
Oscar Abreu aplica con sensibilidad y raciocinio una cromática deliberadamente anárquica en su exposición colorística, sin dejarla desbordar hasta el esquizoide y torpe estado del abigarramiento, demostrando así, poseer un ojo cromático de conciencia severa y fría a pesar de la turbulencia y energía que emiten y transmiten hasta el ojo espectador las líneas de su dibujo vibrante y suelto.
La pintura de Oscar Abreu opera en el reino de lo neofigurativo entroncado a la realidad más crítica, tanto social como existencial; de ahí que su arte se postule y se exprese como cerebral y desafiante, porque es portadora de una conducta inquietante que invita al espectador a residir y ser parte de la realidad estética, visual, plástica y artística de la obra como una entidad autónoma de lo creado por el artista, en su condición de agente portador y receptor de las más variadas fuentes de energía humana que intervienen en el misterioso juego de la vida, donde el sufrir es una de las tantas rutas que conducen a la humanidad, hasta el laberíntico manantial de la muerte.
Su cromática es apastelada, y se sustenta en una estructuración de carácter simbólico en la que la máscara metaforiza lo físico humano, energizado por una serie de círculos concéntricos que en el cuerpo de la obra, figuran acentuados por un signo triangular en forma de avioncitos de papel que al parecer evocan las angustias y alegrías infantiles habitantes íntimos de su ser artístico; un fenómeno existencia traducido como realidad estética en una buena parte de su pintura más vivencial.
Su obra es evidencia y testimonio, pero sobre todo un misterioso mandamiento de lo que le dictan y revelan sus impulsos más hondos, porque sus pinturas son el alma de una voz, de muchas voces que perdieron la capacidad del olvido, por lo que los modelos y sujetos de sus obras poseen una mirada desorbitada, sembrada de dolor y asombro como si de sales y azufre estuvieran curtidas sus retinas.
Las manos y dibujos de Oscar Abreu se mueven sobre la tela o el papel como las de un cirujano que toca el cuerpo de la vida para exorcizar la pena sin que medie la sangre o el misterio del grito, por lo que sus pinturas son el olor del temblor, el olor de la angustia y de la pena, expresados a partir de una obra producida y creada a partir de un diseño enérgico y sustancial; pero sobre todo, poseedor de una fuerte unidad emocional en la atmósfera compositiva de su arquitectura interior.
Cuanto quisiera yo ver el milagro de su talento crecer y afirmarse en mis ojos como sé que se iluminarán de sabiduría y madurez sus lienzos en los próximos años por venir, en los que a lo mejor descubra que soy uno de los angustiosos y amorosos personajes que hoy protagonizan el drama existencial de su arte, dotado de una calidad factural sobria y limpia, y de unas aplicaciones y tratamientos de luz que revelan los giros estilísticos y técnicos que sustancian la plenitud de la temprana madurez artística y conceptual de su pintura. Santo Domingo, Rep. Dom. 1998.
*Crítico de arte. Curador. Consultor cultural. Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Aica-Unesco. Miembro de la Asociación dominicana de Críticos de Arte Adca. Asesor Cultural de la Cámara de Diputados de la República Dominicana. Agente para referimiento de obras para la Casa de Subastas Christie’s Internacional, Vía Provaltur Internacional, en Santo Domingo, Rep. Dom.